Reflexión agustiniana

Escrito el 24/08/2024
Agustinos


Agustín nos presenta a María como el modelo de toda persona en cualquier circunstancia en la que se encuentre: “Celebremos, pues, con gozo el día en que María dio a luz al Salvador; la casada, al autor del matrimonio; la virgen, al príncipe de las vírgenes; la entregada al marido, pero no hecha madre por el marido; ella virgen antes del matrimonio, virgen en el matrimonio, virgen durante el embarazo, virgen cuando amamantaba. En efecto, el hijo todopoderoso de ningún modo quitó, al nacer, la virginidad a su santa madre, elegida por él antes de nacer” (Sermón 188, 3, 4).

            También la Iglesia tiene como modelo a María, aunque ya sabemos que el modelo principal es Cristo. Y la virginidad consagrada, siendo Dios mismo el que custodia este don de la virginidad: “La Iglesia, pues, imita a la madre de su Señor: dado que corporalmente no pudo ser madre y virgen a la vez, lo es en el espíritu... Celebrad hoy con gozo y solemnidad el parto de la virgen vosotras, vírgenes santas, nacidas de su virginidad inviolada” (Sermón 191, 2, 3). Resalta en las vírgenes su fecundidad: “No os consideréis estériles por haber permanecido vírgenes; hasta la integridad de la carne, cuando es fruto de la piedad, cae dentro de la fecundidad espiritual... Para concluir, me dirijo a todos, os hablo a todos. Con mi palabra apremio a toda la virgen casta que el Apóstol desposó con Cristo. Lo que admiráis en la carne de María, realizadlo en el interior de vuestra alma. Concibe a Cristo quien cree en su corazón con vistas a la justicia; le da a luz quien con su boca lo confiesa con la mirada puesta en la salvación. Así, pues, sea ubérrima la fecundidad de vuestras almas, conservando la virginidad” (Sermón 191, 3, 4).

            Agustín no se conforma con esto. Han de ser todos los fieles los que deben imitar a María, sea la que sea la situación personal: “Exultad de gozo, vírgenes de Cristo: la madre de Cristo comparte vuestra condición... Sin embargo, si os acordáis, como debéis, de su palabra, también vosotras sois sus madres si hacéis la voluntad de su Padre. Él fue quien dijo: Quien hiciere la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre. Regocijaos, viudas de Cristo, que habéis ofrecido la santidad de la continencia a quien hizo fecunda la virginidad. Regocijaos también, matrimonios castos, todos los que vivís en fidelidad a vuestros cónyuges: lo que habéis perdido en el cuerpo, conservadlo en el corazón... En la persona de María la virginidad devota dio a luz a Cristo; en la persona de Ana, la viudedad entrada en años conoció a Cristo en su pequeñez; en la persona de Isabel, se puso a su servicio la castidad conyugal y la fecundidad de una anciana. Todas las categorías de miembros fieles ofrecieron a su cabeza lo que, por su gracia, pudieron ofrecerle. Por tanto, dado que Cristo es la Verdad, la Paz y la Justicia, concebidle mediante la fe, dadlo a luz mediante las obras, de forma que lo que hizo el seno de María respecto a la carne de Cristo lo haga vuestro corazón respecto a la ley de Cristo. Pues ¿cómo vais a estar excluidas del parto de la virgen, si sois miembros de Cristo? María dio a luz a vuestra cabeza, y la Iglesia a vosotras.” (Sermón 192, 2).

            Si quiero resaltar el hecho, que afirma Agustín, en sintonía con la imitación de María, de ser madres de Cristo: “Su madre lo llevó en el seno; llevémoslo nosotros en el corazón; la virgen quedó grávida por la encarnación de Cristo, estén grávidos nuestros corazones de la fe en Cristo; ella alumbró al salvador; alumbremos nosotros la alabanza. No seamos estériles; dejemos que nuestras almas las fecunde Dios” (Sermón 189, 3). En la encarnación de Cristo Dios ha querido honrar a los dos sexos, naciendo varón, de una mujer, es decir, se hace hombre contando con una madre: “El Señor, viniendo a buscar lo que había perecido, quiso recomendar, honrándolos, a ambos sexos, porque ambos habían perecido... El honor del sexo masculino está en la carne de Cristo; el del sexo femenino, en la madre de Cristo” (Sermón 190, 2). Pero Agustín se cuida mucho de pensar que este comienza su ser en el tiempo y resalta su ser eterno: “El que, nacido del Padre, creó todos los siglos, enalteció este día, al nacer aquí de una madre. Ni aquel nacimiento pudo tener madre ni éste buscó padre humano. En definitiva, Cristo nació de padre y de madre, y sin padre y sin madre. En cuanto Dios, nació de padre; en cuanto hombre, de madre; en cuanto Dios, sin madre, y en cuanto hombre, sin padre” (Sermón 184, 3). Un poco antes, en el mismo sermón, había dicho: “Exulten de gozo los varones, exulten las mujeres: Cristo nació varón, nació de mujer, quedando honrados ambos sexos... Regocijaos vosotros, santos siervos de Dios, que elegisteis seguir ante todo a Cristo; vosotros que no buscasteis el matrimonio... Saltad de gozo vosotras, vírgenes santas: la virgen os alumbró a aquel con quien podéis casaros... Exultad de gozo vosotros, los justos: ha nacido el que os justifica. Exultad vosotros, los débiles y los enfermos: ha nacido el que os sana. Exultad vosotros, los cautivos: ha nacido el que os redime. Exulten los siervos: ha nacido el Señor. Exulten los hombres libres: ha nacido el que los libera. Exulten todos los cristianos: ha nacido Cristo” (Sermón 184, 2).

Santiago Sierra, OSA