Reflexión agustiniana

Escrito el 08/06/2024
Agustinos


Nuestra atención viene distraída por las elecciones políticas. Los diferentes partidos desean ganar nuestro voto para ser “más” y tener mayor fuerza para imponernos “nuestro bien”. Pero ¿será que así conseguimos ser “más”? Agustín, seguramente por psicología y cultura, tenía clara la necesidad e importancia de la comunidad; por ello, siempre hizo su camino de búsqueda de la verdad y crecimiento personal en compañía. Cuando escribe las Confesiones ya es un hombre maduro que ha encontrado a Dios; un hombre que todavía se reconoce pequeño y sabe que está llamado a ser más: “Quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” (Confesiones I, 1, 1). En su autobiografía religiosa relata como de niño y adolescente deseaba la compañía y el juego de sus coetáneos: “¿Qué era lo que me deleitaba, sino amar y ser amado? Pero no guardaba modo en ello, yendo de alma a alma, como señalan los términos luminosos de la amistad, sino que del fango de mi concupiscencia carnal y del manantial de la pubertad se levantaban como unas nieblas que oscurecían y ofuscaban mi corazón hasta no discernir no discernir la serenidad del amor de la tenebrosidad de la sensualidad.” (Confesiones II, 2, 2). Cuando a sus 19 años se desplaza a Cartago para continuar sus estudios superiores, de sigue sintiendo en su corazón Amar y ser amado era la cosa más dulce para mí” (Confesiones III, 1, 1).

El joven filósofo se entrega a la búsqueda de la verdad para aquietar su corazón dando un sentido a su vida y nos dice en los Soliloquios que desea hacerlo con sus amigos: “R. Te pregunto: ¿por qué quieres que vivan o permanezcan contigo tus amigos, a quienes amas? A.- Para buscar en amistosa concordia el conocimiento de Dios y del alma. De este modo, los primeros en llegar a la verdad pueden comunicarla sin trabajo a los otros. R.- ¿Y si ellos no quieren dedicarse a estas investigaciones? A.- Les moveré con razones a dedicarse. R.- ¿Y si no puedes lograr tu deseo, ora porque ellos se creen en posesión de la verdad, ora porque tienen por imposible su hallazgo o andan con otras preocupaciones y cuidados? A.- Entonces viviré con ellos y ellos conmigo, según podamos.” (Soliloquios I, 12, 20).

Después de su conversión y bautismo decide retirarse a Tagaste para seguir buscando la voluntad de Dios, Verdad de su vida, y lo hace en unión de sus amigos: Tú, que haces morar en una misma casa a los de un solo corazón, nos asociaste también a Evodio, joven de nuestro municipio, quien, militando como «agente de negocios», antes que nosotros se había convertido a ti y bautizado y, abandonada la milicia del siglo, se había alistado en la tuya. Juntos estábamos, y juntos, pensando vivir en santa concordia, buscábamos el lugar más a propósito para servirte, y juntos regresábamos al África.” (Confesiones IX, 8, 17).

Mucho se ha acentuado el aspecto de la interioridad agustiniana, pareciendo que Agustín rechazase el mundo exterior y la relación de compañía. No debemos entender su interioridad como un solipsismo, sino como una relación profunda con los otros y con Dios. En su Regla continúa valorando las relaciones interpersonales fundamento de la comunidad: “En primer término —ya que con este fin os habéis congregado en comunidad—, vivid en la casa unánimes y tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios” (Regla I, 2). “Sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones; la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan. ¿Y qué aprovecha distribuir las riquezas a los pobres y hacerse pobre, si el alma se hace más soberbia despreciando las riquezas que lo fuera poseyéndolas? Vivid, pues todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos.” (Regla I, 7-8).

Precisamente la comunión entre los hermanos es el termómetro del progreso en la unión con Dios: “La caridad, de la cual está escrito que no ‘busca los propios intereses’, se entiende así: que antepone las cosas de la Comunidad a las propias y no las propias a las comunes. Por consiguiente, conoceréis que habéis adelantado en la perfección tanto más cuanto mejor cuidéis lo que es común que lo que es proprio; de tal modo que en todas las cosas que utiliza la necesidad transitoria sobresalga la caridad, que permanece.” (Regla V, 30).

Esta estructura comunitaria religiosa y más familiar la traslada también a la comunidad política con el nombre de “pueblo”: “Si la realidad ‘pueblo’ la definimos por ejemplo como ‘El conjunto multitudinario de seres racionales asociados en virtud de una participación concorde en unos intereses comunes’, entonces, lógicamente, para saber qué clase de pueblo es debemos mirar qué intereses tiene. No obstante, sean cualesquiera sus intereses, si se trata de un conjunto no de bestias, sino de seres racionales, y está asociado en virtud de la participación armoniosa de los bienes que le interesan, se puede llamar pueblo con todo derecho. Y se tratará de un pueblo tanto mejor cuanto su concordia sea sobre intereses más nobles, y tanto peor cuanto más bajos sean éstos. […] La ciudad de los impíos carece de la auténtica justicia, en general, rebelde como es a la autoridad de Dios, que le manda no ofrecer sacrificios más que a Él y, consiguientemente, al alma ser dueña del cuerpo y a la razón, de los vicios de una manera justa y constante.” (La ciudad de Dios 19, 24). Dios es para Agustín el mayor valor que garantiza la verdadera vida común.

Vivimos tiempos en los cuales impera el individualismo y la soberbia fruto del abandono de Dios. Experimentamos la dificultad para amar y para un compromiso de vida común no solo en la vida consagrada, también en el matrimonio, en la familia y en la vida social en general. Por ello Agustín nos invita hoy a contar con el Otro en nuestra vida y rezar: Toda mi esperanza no estriba sino en tu muy grande misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quieras. Nos mandas que seamos continentes. Y como yo supiese —dice uno— que ninguno puede ser continente si Dios no se lo da, entendí que también esto mismo era parte de la sabiduría, conocer de quién es este don. Por la continencia, en efecto, somos juntados y reducidos a la unidad, de la que nos habíamos apartado, derramándonos en muchas cosas. Porque menos te ama quien ama algo contigo y no lo ama por ti. ¡Oh amor que siempre ardes y nunca te extingues! Caridad, Dios mío, enciéndeme. ¿Mandas la continencia? Da lo que mandas y manda lo que quieras.” (Confesiones X, 29, 40)

La religión es adoración y agradecimiento por el amor que Dios nos tiene y que se manifiesta en todos los dones que de Él recibimos. Él nos hacer ser más.

P. Pedro Luis Morais Antón. Agustino.