Domingo XXXIV del tiempo ordinario 26 de noviembre de 2023
Mt 25, 31-46
¡Vamos, avaro prestamista, mira lo que diste y fíjate en lo que vas a recibir!
En este evangelio del juicio final vemos cómo San Agustín explica que Jesús es como un prestamista, lo que se le da, luego lo devuelve con creces. Pero, para darle a Él, hay que dárselo a los pobres, a los humildes, Él como cabeza, recibe en sus miembros y, sobre todo, en los miembros más humildes: en los pobres y sencillos. ¿Y qué vamos a recibir, solo algo humano, pasajero? Vamos a recibir el Reino. Damos pocos para recibirlo todo.
Hemos encontrado, efectivamente, a un prestamista, como hemos encontrado un pan, de manera que podamos en cualquier lugar abrir el techo y lleguemos hasta Cristo. No quiero que vosotros seáis prestamistas interesados, y no lo quiero porque Dios no lo quiere. Aunque yo no lo quiera, si Dios lo quiere, sedlo; pero si Dios no lo quiere, aunque yo lo quisiera, para su mal obraría quien así obrase. ¿Y dónde aparece que Dios no lo quiere? Se dice en otro lugar: El que no presta su dinero a usura. Y cuán detestable es, cuán odioso, cuán abominable, creo que lo saben los mismos prestamistas. Por el contrario, yo mismo, es más, nuestro Dios, que te prohíbe ser prestamista, te manda que lo seas, y te dice: Préstale a Dios. Si le prestas al hombre tienes esperanza de cobrar el interés; y si le prestas a Dios, ¿no vas a tener esta esperanza? Si le prestas al hombre, es decir, si depositas tu dinero con interés, en quien esperas recibir de él un tanto más de lo que le diste, se trate de trigo, de vino, de aceite o de cualquier otro producto; si esperas recibir más de lo que diste, eres un usurero, y esto no hay que alabarlo, sino reprobarlo. ¿Y cómo hago yo, me dices, para ser un usurero de provecho? Fíjate en lo que hace el usurero. No hay duda de que quiere entregar menos y recibir más. Haz tú lo mismo; da lo pequeño y recibe lo grande. Observa cómo tu préstamo va creciendo más y más. Da lo temporal y recibe lo eterno; da la tierra y recibe el cielo. ¿Y a quién se lo doy?, me preguntarás.
Mira lo que te dice Dios en su Escritura: Da tranquilo, que yo te devolveré. ¿Qué suelen decir los garantes? ¿Qué dicen? Yo devuelvo, yo recibo, a mí me lo das. ¿Pensamos que Dios dice también lo mismo: Yo recibo, tú me das? Evidentemente, si Cristo es Dios, lo cual no se pone en duda, es él quien dijo: Tuve hambre y me disteis de comer. Y al replicarle ellos: ¿Cuándo te vimos hambriento? para mostrarse él garante de los pobres, fiador de todos sus miembros, puesto que él es la cabeza y ellos los miembros, es la cabeza la que recibe: Lo que hicisteis, dice, con uno de mis más humildes, a mí me lo hicisteis. ¡Vamos, avaro prestamista, mira lo que diste y fíjate en lo que vas a recibir! Si hubieras dado un poco de dinero, y el que lo recibió te diera a cambio una gran quinta, con un valor incomparablemente mayor que el dinero que tú le habías dado, ¡Cuántas gracias le darías, cómo te alborozarías! Pues mira qué grande propiedad te da aquel a quien tú prestaste con interés: Venid, benditos de mi Padre, recibid... ¿Qué? ¿Lo que le habéis dado? En absoluto. Le disteis algo terreno que, si no se lo hubierais dado, en la tierra se pudriría. ¿Qué habrías hecho con ello, si no lo hubieras dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se conservó en el cielo. Luego lo que ha sido conservado, eso vamos a recibir. Está conservado el mérito; tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira lo que vas a recibir: Recibid el reino, que os está preparado desde el principio del mundo.
Comentario al salmo 36 III, 6.