Texto: Pablo Tirado, OSA
Música: Acousticguitar
La congoja, aflicción y zozobra que todos contemplamos desde la tragedia del 29 de octubre, especialmente, en la comunidad valenciana, ha traído en toda la población española interrogantes de diversa índole. Es cierto que en los medios de comunicación se han concentrado más en la causa de los problemas técnicos de respuesta, los responsables, las posibilidades de reacción de la población damnificada, pero, por otro lado, es inevitable volver a plantearse la pregunta sobre la sombra de Dios en estos hechos.
En el mal, en la tragedia, en la muerte devastadora y destrucción, ¿dónde está Dios? ¿Dónde está la bondad del Dios creador? Las respuestas que el ser humano ha ido dando y continúa buscando, siempre adolecerán de un sesgo parcial, condicionado por muchos factores y, sobre todo, limitaciones, pero querría arrojar alguna de las luces que nos puedan hacer mirar con bondad decidida hacia el maltrecho Dios y que nos saque de una situación de angustia, rechazo, bloqueo e inacción ante estas situaciones.
El mal no es algo que esté ahí porque Dios lo quiere, ni siquiera porque Dios lo permite. El mal está porque, siendo como es la realidad finita, no puede no estar; resulta desde todo punto inevitable. Dios, si podemos hablar así, tenía la alternativa de crear el mundo o no crearlo. De crearlo, tendría que ser un mundo real: un mundo en el que hay que nacer y crecer, en el que hay que morir; donde, si estás en un sitio, no puedes estar en el otro; donde, si eres hombre, no puedes ser mujer; donde, si atiendes a uno, no puedes atender a otro. Lo cual, a nivel físico, comporta incompatibilidades y posibles catástrofes; a nivel biológico, sufrimientos y enfermedades; a nivel moral, posibilidad de injusticia, egoísmo y opresión.
Pero, por otra parte, Dios crea creadores. En efecto, la misión del ser humano es hacer viva y real la acción (la imagen) del Creador en el mundo. Dios, para actuar en la tierra, “depende” del hombre. Ya Tomás de Aquino lo expresaba así: “La providencia de Dios es el hombre”. Por eso, aceptando que la limitación y contradicción del mundo finito, el Dios de la Vida de la Biblia, nos con-mueve a reajustar todo tipo de desorden, sin que podamos aceptar la existencia de ese mal.
Estoy seguro de que el ser humano nunca llegará a comprender, y por eso encajar, el sentido y presencia del mal en el mundo, pero el cristianismo nos ayuda a asumirlo y transformarlo. Tal vez, un bello y clásico himno litúrgico de la hora sexta, nos ayude a captar ese sentido de un modo preciosamente poético:
Te está cantando el martillo y rueda en tu honor la rueda. Puede que la luz no pueda librar del humo su brillo. ¡Qué sudoroso y sencillo te pones a mediodía, Dios de esta dura porfía de estar sin pausa creando, y verte necesitando del hombre más cada día! Quien diga que Dios ha muerto que salga a la luz y vea si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto. Ya no es tu sitio el desierto ni en la montaña se esconde; decid, si pregunta dónde, que Dios está -sin mortaja- en donde un hombre trabaja y un corazón le responde. Amén