Texto: José Joaquín Ojea
Música: Walk in the park. Audionautix
Buenos días,
El pasado 24 de octubre se publicó la Carta Encíclica Dilexit Nos (Nos amó) del Santo Padre Francisco. No he hecho más que empezarla, y en el primer (voy a llamarlo capítulo) habla del corazón.
En la Biblia, en nuestro lenguaje, cuando hablamos del corazón, ¿a qué nos referimos? Cuando amas a Dios o a alguien con todo tu corazón… ¿A qué corazón te refieres?.
En este sentido, escribe el Papa Francisco “Dice la Biblia que «la Palabra de Dios es viva y eficaz […] discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hb 4,12). De esta manera nos habla de un núcleo, el corazón, que está detrás de toda apariencia, aun detrás de pensamientos superficiales que nos confunden. Los discípulos de Emaús, en su misteriosa caminata con Cristo resucitado, vivían un momento de angustia, confusión, desesperanza, desilusión. No obstante, más allá de todo eso y a pesar de todo, algo ocurría en lo más hondo: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino?» (Lc 24,32).”
“Al mismo tiempo, el corazón es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. […]Se trata de aquello que no es apariencia o mentira sino auténtico, real, enteramente “propio” […] Así entendemos por qué el libro de los Proverbios nos reclama:«Con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. Aparta de ti las palabras perversas y aleja de tus labios la maldad» (4,23-24). La pura apariencia, el disimulo y el engaño dañan y pervierten el corazón. […]La apariencia y la mentira sólo ofrecen vacío.”
En estos días, donde impera la imagen, la fachada, el Papa nos traslada otro mensaje totalmente diferente, pero tan antiguo: importa tu interior, importa cómo eres realmente… importa tu corazón… podemos tener la mejor imagen, pero si estamos huecos por dentro… no somos nada…
Francisco sigue diciendo en la carta “Al mismo tiempo, el corazón hace posible cualquier vínculo auténtico, porque una relación que no se construya con el corazón es incapaz de superar la fragmentación del individualismo. […] Llegamos a la “pérdida del deseo”, porque el otro desaparece del horizonte y nos encerramos en nuestra mismidad, sin capacidad de relaciones sanas. Por consiguiente, nos volvemos incapaces de acoger a Dios. Vemos así cómo se produce en el corazón de cada uno esta paradójica conexión entre la valoración del propio ser y la apertura a los otros, entre el encuentro tan personal consigo mismo y la donación de sí a los demás”
Y la carta se cierra con este párrafo y la pregunta final, a la que deberíamos dar respuesta, a través de nuestra oración: “Cuando cada uno reflexiona, busca, medita sobre su propio ser y su identidad, o analiza las cuestiones más elevadas; cuando piensa acerca del sentido de su vida e incluso si busca a Dios […]. Amando, la persona siente que sabe por qué y para qué vive. Así todo confluye en un estado de conexión y de armonía. Por eso, frente al propio misterio personal, quizás la pregunta más decisiva que cada uno podría hacerse es: ¿tengo corazón?”