Texto: Pablo Tirado, OSA
Música: Bensouncute
Hace 31 años desde que inicié mi primera peregrinación a Santiago de Compostela... que, prácticamente, no ha parado ningún año. Cada año que pasa, veo más claro que el ser humano es un “homo viator”, un peregrino, que va en busca de una meta, de un horizonte ilimitado, de llegar a ser algo, alguien…de alcanzar unos sueños, objetivos.
El Camino de Santiago, precisamente, es una metáfora de los logros diarios. Caminar con dificultades, en medio de lo desconocido y los desconocidos, con logros y avances y penurias y retrocesos, con conquistas y renuncias.
El Camino de Santiago, mi camino de cada día, supone no sólo un ámbito posible de renovación de la vida personal cristiana, sino que también funciona como ese “refugio” del Camino de Emaús, donde, en medio de la búsqueda del sentido de la vida, encontramos una apertura a la profundidad (como a la samaritana), precisamente, hallando un encuentro con el Señor, con quien al final del camino, me abre los ojos para entender mejor y dar otras respuestas a lo que me rodea en mi vida cotidiana.
¿Quién no estará cansado en estos momentos del verano? El trabajo, los hijos, los padres, los compañeros de trabajo, los vecinos, los políticos, el cajero, etc. Pero, en medio de nuestro Emaús, del acontecer de cada día, debemos reconocer al Señor en el anonimato y en la sencillez, de igual modo que se presentó a sus discípulos para cuestionarles que estaban ciegos, que actuaban de manera errónea.
El Camino de Santiago, el recorrido de Emaús, nuestro devenir de cada día es un cuestionamiento y un desafío para hacer las cosas mejor, para reconocer en nuestras vidas que el Señor está en los gestos del compartir, acompañar, donar y amar.