Texto: Agustín Riveiro, OSA
Música: Amazingrace
Cada año en otoño, el hayedo comenzaba su muda y un desfile de colores anunciaba su próxima desnudez. El bosque de hayas cambiaba su aspecto y el verde que hasta ahora mostraba, daría paso a una nueva apariencia. Dentro del hayedo crecían también los acebos. Los pájaros trajeron sus semillas y con ellas un nuevo compañero para el bosque. Llegado el invierno, un haya exclamó: -desearía poder hacer como el acebo, que permanece con hoja durante todo el año. Así podría mostrar siempre mi más refinada apariencia.
La hiedra escuchó al haya, y comenzó a avanzar hacia su tronco. Al llegar a sus pies le dijo: -estás de suerte amiga, yo soy la solución a tus lamentos y en mis manos está el poder hacer realidad tu deseo. Permite que crezca alrededor de ti e iré cubriéndote, ya no temerás la llegada del invierno pues mis hojas decorarán tus desnudas ramas y te protegerán del frío. - ¿Y a cambio tú que obtendrás? – respondió el haya a la hiedra. – Como prueba de mi ayuda desinteresada, bastará tu alegría y gratitud en pago por mi servicio. De esta manera, la joven hiedra trepó sobre el árbol con asombrosa rapidez.
Durante los primeros inviernos el haya era feliz mostrando su frondosidad. La hiedra fue creciendo, estrangulando al haya y ocultando cada vez más la luz. Hasta que una primavera pronta a morir, el haya comprendió su mortal error al confiar en la halagadora yedra, no descubriendo su intención y naturaleza. La envidia es “el dolor del bien ajeno” que decía Santo Tomás. El envidioso oculta su posición inferior, y su carencia. ¡Dios nos libre de los envidiosos!