Contemplar el evangelio

Publicado el 25/03/2023
Agustinos


Texto: Miguel Ángel Sierra, OSA

Todos nosotros también necesitamos escuchar por dentro estas palabras de Jesús a la mujer sorprendida en adulterio del evangelio que acabamos de oír: “Tampoco yo no te condeno”. Que es lo mismo que decir: yo te comprendo, yo te acojo tal como estás y tal como eres, yo te amo. Aquel encuentro con Jesús quizá fue la experiencia más hermosa que le ocurrió a aquella mujer…

Dice el evangelio que, un grupo de hombres irrumpe en el lugar donde estaba Jesús  y llevan a rastras a una mujer, quizás medio desnuda, y la ponen delante de Él. Ha sido sorprendida en adulterio… Están hablando de lapidarla, de matarla. Ella se siente culpable y avergonzada y tiene miedo a la muerte…

“Y colocándola en medio, le dicen: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrearla”.  

Jesús le preguntan: “Tú, ¿qué dices?” Aquí está el meollo de este pasaje. En el fondo quieren exigirle a Jesús que se pronuncie sobre lo que piensa de los pecados, o mejor, del pecado. Para un israelita estaba simbolizado en el adulterio…

Jesús lo muy tiene difícil. Si expresa su misericordia va en contra de la ley de Moisés y si expresa su aprobación a la ley de Moisés, entonces va en contra de lo que predica: que es la misericordia de Dios para con los pecadores.

La pregunta es muy comprometida. Van a por El y Jesús lo sabe…

"Pero, Jesús inclinándose escribía en el suelo”.  Jesús ante el pecado se inclina. Se inclina y se pone al nivel de aquella pecadora. El que se incline significa que es el único que se pone a su nivel para escucharla y comprenderla. Sólo escuchamos en la medida en que nuestro corazón se abaja y se inclina. Necesitamos ponernos al nivel de quien está caído, derrotado, y deprimido…

“Y Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: el que de vosotros esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Jesús de repente, se incorpora. Jesús se pone de pie. Jesús les quita la máscara. Los saca del anonimato para poner a cada uno frente a su propia conciencia…

 Ellos acostumbrados a ver los defectos de los demás, habían olvidado sus propios defectos. Jesús obliga a los jueces a juzgarse a sí mismos. Y ahora se encuentran desnudos ante El. No solo se les caen las piedras de las manos, sino que se les caen también las máscaras, sus falsedades, sus apariencias... sus prejuicios…

Y Ahora Jesús se dirige a la mujer personalmente. Posiblemente nadie la había mirado así. A nadie le había importado su vida. Sólo Jesús la había comprendido, la había mirado con amor…    

Y Jesús le dice: "Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más". Es como si le dijera: “yo te comprendo, yo comprendo tus vacíos, comprendo lo que vives. Comprendo el sufrimiento que hay detrás de tus errores”.

 Este episodio nos manifiesta que donde nosotros, muchas veces,  vemos pecado, injusticia, maldad, Jesús descubre un sufrimiento, una herida, un grito de soledad... Jesús, es el único que es capaz de mirarnos y de vernos en el fondo de nuestro corazón…

En su mirada no hay condena, solo hay amor y ternura, “yo tampoco te condeno”.  Este  es el mensaje  del Evangelio. Jesús es Alguien que no nos condena. El nos ama…

El comportamiento de Jesús con esta mujer nos revela el verdadero rostro de Dios que es amor, misericordia y ternura sobre todo  ser humano. El, no ha venido a juzgar, sino a salvar, no reprueba a la mujer, simplemente la acoge y le da la fuerza necesaria para volver a vivir.

Hoy, estamos también nosotros ante El, como aquella mujer  con nuestra miseria, con nuestro pecado. Estamos con nuestra fragilidad ante la solidez de su amor y nos volvemos a Él para decirle: Jesús, en medio de nuestras dificultades, de nuestras heridas íntimas y culpabilidades, venimos ante Ti para dejarnos mirar por tus ojos llenos de amor y de ternura