Texto: Quique Infante
Música: Eastern Karma
Hoy es el Día de los Santos Inocentes. Hagamos dos cosas: la primera, pensar en una buena broma para algún ser querido. Una con la que nos riamos tanto el que la hace como el que la recibe. No hay que perder las tradiciones, y menos aún si son divertidas.
Y dicho esto, hagamos una segunda cosa y dejemos volar el péndulo de nuestro pensamiento para ponernos en el lado menos divertido de la cuestión.
Pensemos por un momento en los Inocentes de hoy en día. Leemos en el Evangelio que el Rey Herodes mandó matar a todos los niños y nos suena un poco a leyenda, a cuento infantil donde el malo es muy malo. Y pensamos: ¡Esto es nuestros días no podría pasar! Ningún gobernante sería capaz de promulgar una ley que permitiera matar personas inocentes solo para mantener el poder. Pensamos eso, ¿verdad?
Y al reflexionar un poco más -y no lo hacemos en concreto sobre ningún gobierno concreto ni con intenciones políticas- nos damos cuenta de que en nuestra sociedad a veces nos parecemos un poco al reinado de Herodes.
Dice el diccionario de la RAE que inocente es “El que está libre de culpa”, pero también “El que es cándido, sin malicia”, y “el que no daña, que no es nocivo”.
Y, aunque hay muchos más, me quiero fijar hoy en tres colectivos (mejor dicho, tres grupos de personas únicas) que cumplen todas estas características: los bebés no nacidos, las personas con algún tipo de discapacidad psíquica y las personas mayores con afecciones cognitivas.
Reflexiono y pienso que ninguno de ellos ha elegido ser un “hijo no deseado”, ni nadie “se descolocó un cromosoma que le hiciera especial”, ni tampoco decidió que “con el, paso de los años mi cerebro estará mejor con una deficiencia que me haga perder mis facultades cognitivas”. Ninguno lo eligió y ninguno es culpable de requerir una atención que ellos mismos no puedes darse.
Y tenemos tres opciones cuando nos cruzamos con alguno de estos tres inocentes:
La primera, entender que es razonable eliminar el problema, al más puro estilo de Herodes. O legislando para facilitarlo o aprovechándonos de las leyes que lo permiten para “atajar” la situación.
La segunda, considerar que somos afortunados porque a nosotros “no nos ha tocado”, entender lo duro que tiene que ser para quien tenga que ocuparse y, en muchos casos, mirar hacia otro lado.
Y la tercera, la realmente complicada, es ponernos en los zapatos de esos inocentes y de sus familias y ofrecerles apoyo. Puede ser solo una palabra, puede ser una colaboración a través de una institución, puede ser arrimando el hombro de manera directa... Hay mil maneras de hacerlo, pero todas funcionan con esa maravillosa dinámica que comienza por la empatía y continúa con la misericordia. Reflexionemos en este día y pensemos cómo podemos ayudar a los Santos Inocentes que nos rodean y a quienes se ocupan de que sean felices. Tanto unos como otros lo merecen.
¡Buenos días!