Elegidos

Publicado el 19/02/2025
Agustinos


Texto: Clara de Mingo
Música: Walk in the park

 

Llevo un par de meses viendo la serie “The Chosen” (Los Elegidos). Para quien no sepa de qué va, creo que no hay mejor definición, más escueta y precisa que la primera que encontré en el buscador: “«The Chosen» es un drama histórico innovador basado en la vida de Jesús visto a través de los ojos de quienes lo conocieron.” Es decir, la vida de Jesús, lo que transmiten los Evangelios (a su manera y con ciertas licencias y adaptaciones por parte de los guionistas) pero simplificada, cercana, llevada a la cotidianeidad, al día a día, a una de esas series que ves en casa por la noche antes de dormir. Que, como todo, tendrá sus anacronismos, defectos, subjetividades, críticos y defensores, pero no vamos a abrir ese melón ahora.

Buenos, pues hay una escena en la que está Jesús con los discípulos a las afueras de una ciudad, y hay una larga fila de gente esperando a que Él les cure. Mientras, los discípulos están montando el campamento, haciendo la cena y ayudando a Jesús. Pues hay un momento en el que se sientan dos de ellos (Tomás y Santiago el menor si no recuerdo mal), y dice Santiago: “esta gente cree en Él porque les cura, pero muchas veces me pregunto cuántos de ellos creerían si no les curara”.

Al leer el Evangelio de hoy, me recordó esa conversación “le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo?”. Y me hizo pensar en cuántas veces nos parecemos a Tomás en Pentecostés o a la gente que estaba en la fila, que solo creemos cuando vemos, cuando vemos algún beneficio para nosotros. Hay que ver más allá, ver todas las veces en las que hemos desconfiado, o hemos culpado a Dios porque no haya pasado algo que queríamos. No nos damos cuenta, y es que no es fácil ver que los tiempos y las decisiones de Dios a veces no van tan rápido como queremos o como esperamos. Siempre recuerdo en este caso una imagen que vi por casualidad en Instagram “la fe no existiría si supiéramos lo que está por venir para nuestra vida”. Sería muy sencillo creer “sin tener que tener fe”, sabiendo con certeza todo lo que va a pasar, pero es que ya vivimos así. Ya sabemos que podemos creer en Él sin ninguna duda, a ciegas, con confianza plena en que quiere lo mejor para nosotros, y que todo lo que pidamos se nos va a dar (Mt 7, 7-8).

Nos conoce, Dios nos creó para Él, y sabe qué necesitamos, cuándo y cómo. Pero no basta con quedarse esperando a que llegue, sino que, como San Agustín, debemos tener el corazón inquieto y no cansarnos de buscar. No podemos ser meros espectadores de la vida. Como cristianos tenemos que ser partes activas de la vocación, recordando que todos somos elegidos, cada uno con su carisma, sus dones y su función. Solo necesitamos decirle sí, ponernos en sus manos y a disposición de los demás: “cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo”.

Y qué mejor manera de terminar con este pequeño espacio de reflexión que con el salmo 138:

Señor, tú me sondeas y me conoces,

tú sabes si me siento o me levanto,

tú, desde lejos, conoces mis pensamientos.

Distingues si camino o reposo,

todas mis sendas te son familiares.

No está aún la palabra en mi lengua

y tú, Señor, la conoces bien.

Me rodeas por delante y por detrás,

posas tu mano sobre mí.

Me supera este saber admirable,

tan elevado que no puedo entenderlo.

¿A dónde iré lejos de tu espíritu?

¿A dónde huiré lejos de tu presencia?

Si subo al cielo, allí estás tú;

si bajo al reino de los muertos, estás allí;

si me elevo en alas de la aurora

y me instalo en el confín del mar,

también allí me guía tu mano,

tu diestra me controla.