Evangelio
Miércoles XXIII del Tiempo Ordinario

Escrito el 11/09/2024
Agustinos


Texto:  Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!

¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».

¿Quieres ser feliz ahora o quieres ser feliz para siempre?

Jesús levanta los ojos y mira a sus discípulos, nos mira a nosotros. Quizás es como si pretendiera ser algo así como un espejo. Nos mira para que nosotros nos miremos reflejados. Porque sus palabras nos están preguntando a cuál de los dos grupos pertenecemos, o mejor, está mirando más allá de los ojos, mirando al corazón, para que su pregunta refleje lo que verdaderamente estamos buscando en nuestro corazón.

Poseer el Reino de los Cielos es nuestro mayor deseo, pero también es verdad que buscamos consuelo en las riquezas. Queremos que nuestra hambre esté saciada totalmente, pero nos preocupamos muchísimo por sentirnos llenos ahora. Queremos evitar el llanto y el sufrimiento y por eso buscamos cualquier forma de reír y alegrarnos y pasarlo bien. Finalmente, queremos que todos hablen bien de nosotros, que nos den “likes” a nuestra vida. Sin darnos cuenta nos podemos estar volviendo en esclavos de nuestro dinero, nuestro alimento, nuestra diversión y nuestra imagen pública.

Y al final, ricos, comidos, sonrientes y apreciados, sólo disfrutamos de ello pocos instantes, porque enseguida empezamos a preocuparnos por mantener nuestra riqueza, por tener alimento la próxima vez que venga el hambre, por encontrar nuevas cosas que nos diviertan.

Podríamos mirar este evangelio más bien de una forma temporal. Una posesión definitiva, una saciedad definitiva, una alegría definitiva, un aprecio definitivo. Mientras que cuando buscamos una riqueza o saciedad o disfrute en el presente termina siendo algo pasajero y que cuando desaparece nos deja un poso de vacío y nostalgia, cuando no de amargura.

La mirada de Jesús entra hasta el fondo de nuestro corazón para hacernos despertar y preguntarnos: “¿quieres ser feliz ahora o quieres ser feliz para siempre?” Porque nos agobiamos muchísimo buscando estar bien en este día y quizás habría que agobiarse más en estar bien para siempre. Claro que hay que preocuparse por tener recursos y alimentos y alegría y aprecios. Hay que preocuparse, sí, pero ¿hay que agobiarse? Quizás se nos haya colado la mentira de que será la riqueza o la comida o la diversión o la fama la que nos hará personas completas y felices.

Felices los que lloran y los pobres, los hambrientos y los despreciados. Porque ellos están buscando mucho más, más allá. Los que están seguros, saciados, contentos ya no buscan más, Se conforman o se contentan, pero no buscan ser saciados totalmente, gozar de forma completa, ser apreciados en toda su dimensión.

La mirada que Jesús dirige a los discípulos y a nosotros nos recuerda que nuestro corazón está hecho para mucho más de lo que nos agobia en esta tierra. Está hecho para el Reino. Y que sólo desde ahí, desde esta insatisfacción, podremos esforzarnos por llegar a la satisfacción eterna.