Evangelio
Miércoles XVI Tiempo Ordinario

Escrito el 24/07/2024
Agustinos


Texto: José María Martín
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló muchas cosas en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos, que oiga»..


Ser tierra fértil

En esta parábola evangélica Jesús mismo se compara con el sembrador, que siembra con confianza la semilla de su palabra en la tierra de los corazones humanos. El fruto no depende únicamente de la semilla, sino también de las diversas situaciones del terreno, es decir, de cada uno de nosotros. Jesús mismo dio una explicación de la parábola. La semilla devorada por las aves evoca la intervención del maligno, que lleva al corazón la incomprensión del camino de Dios, que es siempre el camino de la cruz.

La semilla sin raíz describe la situación en la que se acepta la Palabra sólo exteriormente, sin la profundidad de adhesión a Cristo y el amor personal a Él, necesarios para conservarla. La semilla ahogada remite a las preocupaciones de la vida presente, a la atracción que ejerce el poder, al bienestar y al orgullo. La Palabra no da fruto automáticamente: aunque es divina, y por tanto omnipotente, se adapta a las condiciones del terreno, o mejor aún, acepta las respuestas que le da el terreno, y que pueden ser también negativas.

Porque, en el fondo, la semilla sembrada en los diversos terrenos es Jesús mismo La lectura de esta parábola y de la explicación posterior que dio Jesús a sus discípulos suscita en nosotros una reflexión necesaria: nosotros somos la tierra en donde el Señor siembra incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposiciones la acogemos? ¿Cómo la hacemos fructificar?
Jesús nos asegura que la semilla sí dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril -la juventud de hoy, la sociedad distraída, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la Iglesia-, Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia. No tenemos que perder la esperanza y la confianza en Dios. Es él quien, en definitiva, hace fructificar el Reino, no nosotros. Nosotros somos invitados a colaborar con él. Pero el que da el incremento y el que salva es Dios.