Evangelio
Miércoles XIV Tiempo Ordinario

Escrito el 10/07/2024
Agustinos


Texto: Ángel Andíjar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel.
Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos».


Apóstoles

Si consultamos en un diccionario autorizado, veremos que la palabra apóstol tiene una significación peculiar, pues sirve para designar exclusivamente a aquellos discípulos de Jesús a quienes él escogió para liderar su proyecto, como testigos privilegiados de su vida que habían sido. Es decir, tiene una aplicación muy específica a unos personajes muy concretos.

El texto programático de Mateo que acabamos de proclamar contiene algunos aspectos interesantes que nos pueden ayudar a comprender lo que significa ser apóstol.

En primer lugar, es interesante ver cómo el evangelista los llama por su nombre: los apóstoles son personas muy concretas, con una familia, un oficio, una historia personal y unas capacidades. Dios encarna su proyecto en las realidades tangibles, no en ideas o proyectos abstractos.

También llama la atención que comience el pasaje diciendo que Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad. No debemos confundir la autoridad con el autoritarismo. Jesús no llama a los doce para que tengan poder sin más o para premiarlos por su fidelidad dándoles puestos de privilegio, sino que los llama para que sean personas autorizadas, es decir, coherentes, de modo que lo que digan de palabra quede corroborado por su ejemplo y testimonio de vida. Y esto es muy importante: el ejercicio de la autoridad que no se desarrolla desde el buen ejemplo deja de estar autorizado, no es creíble.

Otro aspecto destacable es cómo de entrada Jesús llama a los suyos a las ovejas descarriadas de Israel. En un primer momento Jesús pareció tener conciencia de que su misión, y por tanto la de los suyos, se circunscribía al pueblo de Israel y su conversión. De ahí que no les llame a ir a los pueblos paganos, es decir, fuera de Israel. La vocación universal del cristianismo choca con esta concepción primitiva, pero es que el propio Jesús tuvo que vivir un proceso personal para descubrir el sentido misionero de su proyecto, cosa que llevaría su tiempo y conllevaría una crisis personal. Esta experiencia nos hace más cercano aún si cabe al Señor, que como cualquier ser humano tuvo sus momentos de incertidumbre y de duda, teniendo que cambiar planes y proyectos.

Por último, y aquí está lo esencial, el sentido de la misión apostólica es proclamar que ha llegado el reino de los cielos. Todos los estudios bíblicos conducen aquí: el centro del mensaje, de la vida y del proyecto de Jesús fue el reino de Dios (reino de los cielos para Mateo). Por eso, todo nuestro empeño debe estar en comprender que la venida del reino, que ya está aquí, aunque todavía de modo incompleto, es la que da sentido a nuestra existencia y en ella debemos poner todo nuestro empeño.

Nosotros no somos apóstoles, pero su ejemplo y estímulo debe ser nuestra guía en el seguimiento de Jesucristo, pues también a nosotros se nos ha revelado la urgencia de ir por el mundo y proclamar la buena nueva del reino, desde el testimonio coherente, a toda la creación.