Evangelio
Domingo XII del Tiempo Ordinario

Escrito el 23/06/2024
Agustinos


Texto:  Ángel Andújar, OSA
Música: Child dreams.  Keys of moon

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:

«Vamos a la otra orilla».

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal.

Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».

El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».

Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!».

¿No te importa que perezcamos?

«Vamos a la otra orilla». Así comienza la escena que acabamos de escuchar. Ir a la otra orilla es embarcarse en la aventura hacia lo desconocido. Por una parte, supone salir del terreno ya pisado, adentrándose en la tierra aún no transitada; asumir el riesgo de la vida, sin saber lo que les esperará. Además, se nos indica que se embarcan, es decir, se mueven en un medio inestable como es el de las aguas del lago. Por último, todo ello acontece al atardecer, con la carga de incertidumbre que ello conlleva: la luz se va difuminando y acechan los peligros que la noche trae consigo. Pero Jesús está decidido: hay que ir a la otra orilla. Se trata de un reflejo de la vida misma: la incertidumbre siempre nos acompaña, pero para Jesús está claro que es necesario asumir riesgos. Podría quedarse acomodado en lo de siempre, en la orilla ya conocida, en las rutinas y las personas que controla, pero ese no es el camino: es preciso arriesgar, abrir nuevos horizontes, descubrir realidades, personas y situaciones nuevas y afrontar los retos que la vida nos trae.

En medio del lago, se desata la tempestad y las olas arrecian contra la barca. De nuevo se nos presenta una metáfora de lo que es la vida. Las tempestades son inevitables; las podemos llamar conflictos, imprevistos, fracasos, decepciones, traiciones… en definitiva, situaciones que desestabilizan las aguas de nuestra existencia y nos hacen temer que nuestra barca vital se vaya a pique. Porque la vida es así y no podemos evitarlo, pero tampoco podemos mirar para otro lado.

En esta situación, surge la reacción de los discípulos, echando en cara a Jesús que siga durmiendo: «¿No te importa que perezcamos?». En esta pregunta, que puede ser nuestra propia pregunta, se pone en juego la imagen que nos hacemos de Dios. Ante las tempestades que en ocasiones nos acechan y nos desbordan: ¿Qué hace Dios? ¿Duerme? ¿Se desentiende? O, yendo incluso más allá: ¿le importa a Dios lo que nos suceda? En el fondo, puede estar muy presente en nosotros la tentación de echar en cara a Dios que no nos evite las tormentas vitales, sumiéndonos en una actitud de desconfianza en Él y en su acción providente.

Dios no se duerme, no se desentiende, no se olvida de nosotras, sus criaturas, objeto de su Amor sin límites. Pero tanto el miedo como la falta de fe, que Jesús evidencia en sus discípulos, nos impiden afrontar la existencia con fortaleza y valentía.

Evidentemente, poner nuestra confianza en Dios no nos libra de las tempestades, pero nos ayuda a afrontarlas con fortaleza: en manos de Dios estamos, pero Él no actúa de forma mágica, sino que nos da los medios y la fortaleza necesarios para que el viento y el mar nos obedezcan. Feliz día del Señor.