Evangelio
Domingo XI del Tiempo Ordinario

Escrito el 16/06/2024
Agustinos


Texto:  Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Child dreams.  Keys of moon

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Descubrir lo cotidiano en lo trascendente

La ventaja de tener internet en la palma de la mano es que podemos buscar una imagen de la mostaza. Lo primero que nos saldrá es una planta, de algo menos de un metro de alto, un arbusto. Pero si rebuscamos en las imágenes quizás aparezca alguna de ellas más alta que una persona. Nos parece curiosa la diferencia, pero si nos paramos a hacernos la pregunta de por qué una semilla de mostaza da un arbusto y otra aparentemente igual produce un árbol inmenso, entonces nuestra curiosidad se convierte en reflexión y quizás no encontremos una respuesta clara.   

Por eso el evangelio insiste en que la gente entendía una cosa y a los discípulos les explicaba otra, aunque quizás a nosotros nos parece chocante que haya que explicar algo más allá de la imagen de un campo que cuando se siembra parece vacío pero si dejas pasar el tiempo está repleto o la imagen de un grano pequeñito como la mostaza que si le das tiempo para que crezca se convierte en un arbusto. ¿Qué más hay que explicar a los discípulos?

Te invito a que te fijes en un detalle de estas dos parábolas. Sutilmente Jesús introduce una exageración que aceptamos casi sin darnos cuenta. En la primera parábola pasamos de una semilla en singular a un campo lleno de espigas y en el segundo pasamos de una semilla a un árbol grandísimo cuando lo normal sería que naciera simplemente una planta. Fijándonos mejor nos damos cuenta de que la reacción que Jesús nos presenta es desproporcionada y nace en nosotros quizás la pregunta ¿qué es lo que ha pasado?

Precisamente eso es lo que hoy Jesús explica a los discípulos y nos explica también a nosotros. El Reino de los cielos es algo muchísimo más grande de lo que nosotros nos podríamos imaginar o podríamos esperar. Pero no sólo es un sueño, ni siquiera es una promesa. Porque las mieses de los campos están ya contenidas en la semilla y el árbol de la mostaza está ya contenido en el grano y a pesar de que el grano de mostaza sea tan insignificante, apenas visible, dentro de él está ya todo el árbol contenido. “la semilla de mostaza, tan pequeña y apenas visible; pequeña e insignificante, pero si se aplica la inteligencia y no los ojos, oculta también la raíz y lleva dentro el tallo, las hojas y el fruto que aparecerá en el árbol. Todo está anticipado en la semilla”. (sermon 247).

Es algo tan cotidiano que nos parece natural pero cuando nos detenemos a contemplarlo descubrimos lo extraordinario que es. Hoy que entendemos mucho más que los apóstoles y que el mismo San Agustín sabemos que la razón de todo esto está en el ADN de la semilla, que la hará crecer hasta ser un árbol. Lo exagerado y sorprendente se nos convierte casi en algo natural, casi normal.

Quizás podríamos hacer el camino contrario, como hizo Francis Collins, al terminar el mapa de genoma humano que indica qué hace cada uno de nuestros genes y declarar que estaba “leyendo el lenguaje de Dios”. También nosotros podríamos maravillarnos en lo cotidiano, descubrir lo trascendente y divino de lo cotidiano para así, mirando a lo celeste y divino, darnos cuenta que sucede igual que lo cotidiano.

En lugar de esperar acontecimientos milagrosos, podríamos darnos cuenta de que el Reino va creciendo de forma muy normalita, cotidiana, porque todo está anticipado en la semilla, que Cristo plantó el día de nuestro bautismo.